Día del maestro. ¿Por qué enseñar con mayéutica?

(Volver a la Casilla 3)


Los padres están llamados a ser los primeros maestros de sus hijos. Pero, ¿qué sucede cuando no se procede con tacto, dejando que el hijo descubra la vida por sí  mismo? Todo puede suceder, y los fracasos abundan.

Es cierto que la experiencia se forja en el fracaso. Pero nadie disfruta fracasando. Es totalmente innecesario que el fracaso abunde si se puede impartir conocimiento y experiencia con un poco de pericia.

Cierta madre fue al parque con su niña. Las dos tenían una bicicleta cada una, y las dos montaron cada una en la suya. Pero saltaba a la vista que era la primera vez que la niña subía a su bicicleta. Mientras la madre pedaleaba con naturalidad, la niña no lograba avanzar. De hecho, su bicicleta tenía las dos rueditas laterales de apoyo para sostenerse, pero al balancearse torpemente, la niña no lograba pisar los pedales con fuerza.

Mientras su madre gritaba: "¡Pedalea con fuerza!", la niña respondía: "¡No puedo!". Finalmente, su hija decidió bajarse y continuar a pie, mientras su madre le decía cosas que la desalentaban aún  más. Unos metros más adelante, la bicicleta se le fue hacia un lado y se cayó.  Ahora le resultó demasiado pesada para alzarla, y sintió cómo  la observaban otros niños, que no podía levantarla.

Evidentemente aquella madre no había ayudado a su hija . No la había preparado para aprender. Solo se limitó a suponer que las rueditas laterales eran todo lo que ella necesitaba. No le proveyó los recursos más importantes para tener éxito: Explicaciones sobre la nueva experiencia, seguridad en sí misma, carácter, empeño, consuelo, protección, como alzar la bicicleta, darle su aprobación, enseñarle a tener éxito con pruebas menores, con cosas sencillas, etc.

A veces no es tan fácil llegar a ser maestros de nuestros hijos. Esperamos que crezcan por sí mismos sin percatarnos que se les hace un mundo dar los primeros pasos en cualquier actividad nueva. Dejamos que aprendan solos. En parte está  bien. Pero hay que guiarlos. De otro modo, les costará tanto esfuerzo que se desalentarán y terminarán rindiéndose ante el fracaso. Pero ¿qué es un maestro?

Aunque el diccionario de la Academia alista más de veinte usos para la palabra maestro, esencialmente un maestro es alguien que domina una materia y está capacitado para instruir a otros. En realidad, en mayor o menor grado es un ex fracasado, alguien curtido en lo que se ha llegado a denominar seguridad psicológica, en el sentido de que no pudo ganar experiencia totalmente exento de fracaso. Y uno de los métodos que por excelencia usan los mejores maestros es la mayéutica. 

Espero que el siguiente artículo, tomado de mi manual Sugerencias Para Exponer en Público©, te sea útil no solo para tomar ideas para preparar tus discursos, sino para pensar antes de enseñar a otros.

Si bien es cierto que la mayéutica es el arte de asistir con pericia a la mujer que da a luz un hijo, Sócrates se refería a esta en sentido figurado para ilustrar la eficacia con que el maestro eficiente se valía de las preguntas e ilustraciones para ayudar al discípulo a tomar conciencia de las nociones que, sin saberlo, albergaba en su interior.

Aunque es un hecho demostrado que la educación es la palanca de los cambios, sin comunicación es imposible educar a alguien. Además, gran parte de la educación en general implica instruir al discípulo para que explote los recursos de su pensamiento y respete profundamente a la humanidad; o como lo define el diccionario: Para “dirigir, encaminar y doctrinar. || 2. Desarrollar o perfeccionar las facultades morales e intelectuales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios o ejemplos. || 3. Desarrollar las fuerzas físicas por medio del ejercicio, haciéndolas más aptas para su fin. || 4. Perfeccionar y afinar los sentidos, como educar el gusto. || 5. Enseñar los buenos usos de la urbanidad y la cortesía.”

Al margen de la forma, canal o medio de que uno se valga para enseñar, ninguna de estas cosas podrían lograrse sin el instrumento vital de la comunicación. Los mensajes se transmiten hablando, escribiendo, gesticulando o enviando códigos audiovisuales mediante formas, sonidos, luces y colores, o hasta con actitudes y manipulación de las circunstancias. Por ejemplo, alguien dirá a sus amigos: “Si dan las 9 de la noche y sigo demorando, partan sin mí”, y ellos entenderán que va a demorar demasiado. En tal caso, las circunstancias les darían la clave para partir. O tal vez un maestro diga a sus alumnos: “Salvo excepciones que resulten de algún suceso imprevisto, desarrollar el hábito de llegar puntualmente a sus compromisos es una muestra de sentido de responsabilidad”.

Sin educación, el virus compuesto del embrutecimiento y la falta de respeto hacia el ser humano podría convertirse en una epidemia, transformarse en pandemia y enfermar, en sentido figurado,  a toda la especie, causando una devastadora involución moral e intelectual.

Suponemos mal si creemos que solo los maestros están llamados a educar. Todos sin excepción tenemos algo que compartir con el resto del mundo. Todos estamos llamados a ejercer la mayéutica e instruir a otros a ejercerla con los demás. Es la mayor de las responsabilidades porque es un importante medio para fortalecer, desarrollar y perpetuar la civilización. Quien se atreva a expresarse abiertamente y dar de sí con mayéutica, tiende a la supervivencia de sí mismo y de los demás.

Por ejemplo, con el tiempo, un notable arquitecto tal vez amase una fortuna gracias al carácter que sus padres le ayudaron a formar y a los conocimientos que adquirió en su escuela o universidad, a pesar de que tanto sus progenitores como los maestros que lo llevaron de la mano por todo el trayecto hasta el éxito solo reciben, comparativamente, una propina. Si él se percata de que la naturaleza lo llama a ejercer la mayéutica con los demás, y la ejerce, primero con los suyos y después con los extraños, habrá pagado su deuda moral con la humanidad y se sentirá satisfecho y realizado.

Hay quienes se aferran a lo que es suyo, sin compartir, porque han aprendido a cerrar la puerta de su corazón a la generosidad. Entonces, cuando alguien los busca para hablarles de moral y educación, levantan rápidamente las fronteras del racismo, las clases sociales, los escalafones y otras excusas para evadir el reto de comunicarse. “Están ocupados viendo las noticias en la televisión”. Y después se quejan de que el mundo está desunido, sucio y desordenado y de que nadie hace nada por revertir la situación. Aprecian poco el esfuerzo que otros hacen por entrar en contacto con ellos, y despiden rápidamente a quienes tratan de ofrecerles alguna sugerencia de valor práctico. Ni siquiera se toman la molestia de averiguar sus nombres. Valoran poco la amistad. Es común que algunos digan: “En la escuela (o la universidad) había un maestro que...”, pero han olvidado su nombre; solo recuerdan su apodo: “Le decían Einstein (Tortuga Veloz, El Justiciero, La Calata, Cornucopio, Latigazo)”.

Definitivamente, hallar el tesoro de la convivencia pacífica depende de una educación eficaz y con propósito. Por ejemplo, es un crimen exponer ante un auditorio solo para sacar provecho personal y dejar que los discípulos acaben arreglándoselas por el procedimiento instintivo del tanteo por haber entendido muy poco de lo que dijimos. No es por gusto que la vida nos da la oportunidad de instruir a otros. Las letras y las ciencias solo les sirven a quienes las entienden, a los que perciben el propósito por el cual las estudian. Sin entendimiento ni propósito se asimila poco el conocimiento. Por eso le toca al maestro valerse de la mayéutica para comunicar eficazmente las ideas que la gente necesita para enfrentar la vida y producir nuevas ideas.

¿Estamos reflexionando en la manera como estamos usando la palabra para comunicarnos con los demás? Si así es, tendremos éxito al enseñar y motivar a otros.

Por lo tanto, ejerzamos la palabra con eficacia, y ejerzamos la educación con ética, pero sobre todo, ejerzamos la palabra con mayéutica y empeño, porque ese es el pináculo del arte de instruir. Y agradezcamos que haya maestros dispuestos a ejercer con nosotros la mayéutica con éxito.

ARRIBA