Frustración e impotencia

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La frustración es el malestar que resulta de no ver realizado aquello que uno esperaba. Y la impotencia es un profundo e inconsolable dolor emocional que resulta de no poder remediar una situación o circunstancia desagradable, o de no poder llevar a cabo una idea.

Es cierto que los diccionarios definen esencialmente la impotencia en general como la falta de poder para hacer algo, pero en nuestra opinión va más allá de comunicar una debilidad que sume a la persona en un estado de inactividad. Quienes se sienten impotentes ante cierta circunstancia suelen sentir que nada podrá librarlos de la dificultad.

Si uno se siente débil o carente de poder, podría optar por fortalecerse. Pero la impotencia tal como la usamos en Oratorianetmovil es el sentimiento de completa desolación que resulta, no solo de la improbabilidad de conseguir un efecto deseado o de evitar cierta consecuencia indeseada, sino de una verdadera imposibilidad de lograrlo o evitarlo por medios humanos.

Por ejemplo, suele decirse que la impotencia sexual (dificultad del varón para tener relaciones sexuales normales) y la esterilidad (incapacidad tanto del varón para engendrar hijos como de la mujer para concebirlos) son formas de impotencia. Sin embargo, sabemos que a medida que la humanidad desarrolló sus conocimientos y procedimientos en los campos legal y científico, resolvió o palió de alguna manera estos problemas mediante la adecuación de las leyes e invirtiendo en investigación científica. Dejó de ser una circunstancia que traería resultados imposibles.

Para el caso de una pareja de esposos que no podía tener hijos por causa de la esterilidad, se permitió que adoptaran hijos de otra pareja. Por otro lado, se descubrieron y/o legalizaron métodos científicos alternativos para concebir. Y para los que no podían tener relaciones, se crearon drogas y otros productos que les permitieron llevarlas a cabo. En todos estos casos, los involucrados adquirieron la capacidad de lograr su objetivo. Dejó de ser imposible lograrlo.

Pero ¿qué hay si sería posible lograr lo que uno desea o impedir que suceda lo que uno no desea, pero no cuenta con los medios ni el apoyo necesario para lograrlo? También se siente una gran impotencia. 

Por eso, la impotencia a la que nos referimos es, como dijimos, el profundo e incosolable dolor emocional que resulta de no poder remediar una situación o circunstancia desagradable, o de que no exista ninguna manera poder de llevar a cabo cierta idea. 

En la mayoría de los casos, se trata de algo que ya sucedió y no se puede rehacer ("¡Oh, cómo pudiera rehacer el pasado!", "¡Cómo desearía que esto no hubiera ocurrido nunca!", "¡Cómo quisiera borrarlo de mi mente!"). En ocasiones, se trata de algo que quisiéramos hacer de todo corazón, pero sería imposible hacerlo ("¡Tengo todo el dinero del mundo para realizar mi sueño de ir a la Luna, pero los médicos me han dicho que mi corazón no lo soportaría!" o "¡Tengo toda la intención y todos los conocimientos que necesito, pero no me alcanzará el tiempo!"). 

En esos casos, la impotencia no solo se define como una falta inherente y temporal de la capacidad o poder para hacer algo o dejar de hacerlo (como poseer dinero, salud, sabiduría, fuerzas o motivación), sino como un sentimiento más profundo y doloroso.

Mientras una persona pudiera sentirse impotente por no tener dinero suficiente como para resolver un problema terrible, otra pudiera sentirse impotente por contar con el dinero que necesita, pero ya no tener el tiempo suficiente. Mientras alguien pudiera sentirse impotente por no poder ingresar a la universidad, otro pudiera sentirse impotente por haber obtenido un título profesional pero no conseguir trabajo en ninguna parte debido a padecer una enfermedad que, aunque no es contagiosa, basta para que lo segreguen y prejuzguen. 

Así vemos que el sentimiento de impotencia parece ser el mismo en todos los casos: la inmensa frustración y profundo dolor emocional de no poder resolver un problema de ninguna manera, o evitar un tropiezo o consecuencia. No obstante, las causas pueden ser infinitamente diferentes. 

Y aunque muchas veces el problema pudiera mitigarse, paliarse, aliviarse, resolverse o hasta eliminarse, sucede que ningún consejo, sugerencia o estímulo basta para consolar a uno, porque se ha convencido de que no podrá resolverlo. El horrible sentimiento persistirá, ocasionando una herida que nunca terminará de cerrar. Es el capítulo inconcluso de una historia que pudo tener un final maravilloso.

¿Debilidad o impotencia?

Por eso, no confundas impotencia con debilidad o falta de poder, porque no son lo mismo. En caso de estar débil o carente de fuerzas, podrías fortalecerte. Por ejemplo, si no tienes dinero, tal vez pudieras conseguirlo, o si no tienes conocimientos, pudieras obtenerlos, o si no tuvieras tiempo, pudieras aprovechar mejor el que tienes disponible. 

Pero ¿acaso podrías rehacer el pasado, congelar el presente, torcer la realidad o adelantar el futuro? La realidad es como es, y el pasado fue como fue: un hermoso paraíso terrenal o un indoportable témpano de hielo que quedó suspendido en el tiempo. 

Por eso decimos que cuando no podemos modificar el pasado ni acercar o acelerar el futuro, tal vez podríamos 1) adquirir o reforzar el poder y/o 2) aceptar la realidad y aprender a superar las consecuencias (lo que pasó, pasó, y lo que todavía no ha ocurrido, tenemos que esperar para ver cómo termina). No solo produce impotencia lo que realmente ocurrió, o lo que no pudo ocurrir, sino hasta pensar en ello.

Por ejemplo, ¿te has detenido alguna vez a reflexionar en frases publicitarias o propagandísticas como: "El futuro está en tus manos", "La tecnología del futuro ahora", "El cielo es el límite" o "Misión imposible", que pudieran sonar muy bien pero no son ciertas?

El futuro siempre estará en el futuro, jamás ahora. Y por más que consigas hacer cualquier cosa hoy día, en menos de un segundo quedará congelada en el pasado, nunca estará en el presente ni en el futuro. 

¿Sabes cuáles son las dimensiones del cielo para pensar en su tamaño? ¿Crees que es ilimitado? Piensa en esto: Si el cielo -es decir, el universo- no tuviera limites, tampoco se les hubiera ocurrido a los científicos el concepto del Big Bang. Porque, si dicen que tuvo un punto de partida, tiene que tener un lado opuesto, aunque siguiera expandiéndose. Y si estás pensando en el cielo donde viven los ángeles, ¿no se dice que solo los santos van al cielo?

¿Y qué hay de una supuesta misión imposible? Si es imposible, mejor ni te molestes en intentarlo. Si fuese una misión improbable, tendrías opción. Pero nadie puede hacer algo imposible, ni siquiera Dios. Al margen del concepto que tengas de Dios, recuerda esto: Dios no puede mentir, no puede ir contra sí mismo, no puede dejar de cumplir lo que se propone y no puede hacer estupideces.

Siguiendo una lógica tan simple, podemos corregir nuestros errores y mejorar nuestro desempeño, pero no podemos eliminar la experiencia (quizás un tratamiento psiquiátrico con electroshock ayude a bloquear o eliminar algunas cosas). El pasado es como el permafrost, que algún día podría derretirse y regresar a su estado líquido. El pasado jamás se convertirá en presente, ni el futuro está aquí ahora. Tampoco el pasado de trasladará jamás al futuro. Eso solo ocurre en las películas, en los dibujos animados o en la psicopatología.

En otras palabras, podemos lograr cosas que son posibles y probables, pero no las imposibles. Incluso los admiradores de Einstein podrían viajar algún día a través del tiempo y mirarlo todo, pero no podrían deshacer o rehacer lo que ya sucedió. En todo caso, solo podrían hacer algo a partir de hoy. El término "deshacer el daño" en realidad significa una compensación mediante una satisfacción, presente o futura, que opaca los efectos que causan las frustraciones, logrando que desaparezcan las razones para sentir impotencia.

Esto es lo que hace, por ejemplo, una compañía aérea cuando retrasa su vuelo por muchas horas, lo cual causa frustración e impotencia en sus pasajeros: Paga todos los gastos en un hotel de prestigio durante el tiempo que demora la partida, debilitando la queja y quedando bien para que no hablen mal de la compañía.

Por eso preferimos decir que la impotencia no es solo una falta o carencia de poder. Porque podríamos reforzar el poder o la capacidad o la competencia, o podríamos hacer un esfuerzo y adquirir o recuperar los dones que necesitamos para hacer o corregir las cosas. 

Pero cuando la situación llega al punto de parecer que no hay manera de corregir la situación, o de rehacerla, deshacerla o rectificarla, estamos frente a una verdadera impotencia, y en tal caso, el sentimiento de desconsuelo realmente puede consumir hasta la felicidad más grande. No es cuestión de definirla fríamente como una falta de poder o capacidad. Muchos concordarían con que se trata principalmente de un sentimiento desagradable que parece imposible aliviar.

¿Cómo sobreponernos y superar los sentimientos de impotencia?

Anteriormente dijimos que más que la carencia de poder, la impotencia es un sentimiento desagradable que se debe al desconsuelo que resulta de descubrir que de ninguna manera será posible realizar cierta idea, sueño, propósito, meta o modificación. Cuando sentimos que no hay nada que podamos hacer para reparar el daño o llevar a cabo cierto objetivo, nos sentimos completamente desconsolados. Por lo tanto, surge la pregunta: ¿Hay algo que siquiera podamos hacer para contrarrestar dicho malestar y proveer alivio a nuestro desconsuelo? ¡Felizmente, sí!

El concepto que tenemos del pasado, presente y futuro afecta constantemente nuestra manera de ver todas las cosas. Somos en gran parte el resultado de la forma como hemos aprendido a ver nuestras preocupaciones y sentimientos de culpa y de realización personal, tres clases de sentimientos que se licuan en nuestro interior ayudándonos o perjudicándonos, impulsándonos o frenándonos, consolándonos o desconsolándonos, entusiasmándonos o desalentándonos. A todos nos gusta dar en el clavo de nuestras metas y que nos encomien por ello. Detestamos fracasar o que nos ridiculicen por ello.

Por eso perseguimos el éxito instintivamente y huimos del fracaso como si se tratara de una culebra venenosa. Somos permanentemente afectados por el concepto que tenemos del éxito y del fracaso, por nuestra manera de considerar el pasado, el presente y el futuro, por la manera como asumimos nuestras responsabilidades y privilegios, por nuestra habilidad para medir el riesgo y prever las consecuencias, por nuestra destreza para situarnos en la realidad o de proyectarnos imaginariamente a un mundo de ensueños, por nuestros sentimientos de  competencia o incompetencia para llevar a cabo tanto las tareas cotidianas como las extraordinarias.

Por eso, aunque no podemos quedarnos en el pasado ni trasladarnos al futuro, tampoco modificar la realidad ni cambiar al mundo, felizmente podemos sacar ventaja de nuestra manera de reaccionar ante el suceso imprevisto, los accidentes, las enfermedades ocultas y otras causas indeseables de desconsuelo. 

Por ejemplo, los bufetes de abogados, las compañías de seguros y de bomberos, las comisarías, la oficina del fiscal, los departamentos de medicina legal, de psicología, psiquiatría y las salas de emergencia de los hospitales y otras instituciones semejantes, se enfrentan todos los días a problemas y dificultades que a veces parecen inmanejables. ¿Cómo pueden sobrevivir emocionalmente todas esas personas la avalancha de consecuencias que observan diariamente, es decir, ante tan variadas y constantes formas de sufrimiento? ¿Cuál es su secreto? ¿Acaso disfrutan de ello? ¿O solamente son insensibles porque no les está ocurriendo a ellos ni a sus familias?

Bueno, no podríamos negar que unos pocos tal vez tengan cierta inclinación sadomasoquista, pero no es así con la mayoría. La mayoría tiene el sincrro deseo de ayudar a las personas a enfrentar las consecuencias de sus errores, de ayudarlos a resolver eficazmente sus problemas, aliviar o paliar sus sufrimientos. 

Tampoco podríamos negar que muchos escogieron tales profesiones para mantenerse a sí mismos y a sus familias, por lo que tampoco podríamos decir que sería injusto que esperaran recibir algún tipo de compensación o pago por su labor.

Cierta estudiante de derecho a quien pregunté por qué escogió una carrera que se caracteriza por estar repleta de problemas y litigios, me respondió: “Es que discutir tiene su fascinación”. A lo que dije: “Te gusta el castigo”, y ella añadió: “No, lo que me gusta es ayudar a las personas a resolver sus problemas poniendo a sus órdenes mi competencia para discernir las leyes y exigir su aplicación”. 

¿Notaste su secreto?: Ver las dificultades como desafíos a su inteligencia y manejarlas lo más adecuadamente posible valiéndose de toda su experiencia acumulada, rendir un servicio que les permitiera cobrar por ello y mantenerse a sí mismos y a los suyos. 

No se ubicarían en los problemas, sino fuera de ellos, como observadores, analizando todos los ángulos para enfrentarlos de la manera más adecuada posible, teniendo como motivación la satisfacción de ciertas necesidades, tanto suyas como las de sus clientes y de las personas que dependían de ellos.

Cierta mujer estaba feliz porque acabs de comprar su primer automóvil. Lamentablemente, hizo una mala maniobra y ocasionó un accidente leve. La persona afectada bajó de su vehículo y comenzó a gritar, lanzando toda clase de improperios y con gran falta de comprensión. Parecía un demonio encarnado que daba rienda suelta a su furia. 

Fue una situación muy desagradable. El fantasma de la impotencia surgió de repente como nunca antes y reemplazó la felicidad de haber adquirido un auto nuevo. No pudo rehacer el pasado, no pudo trasladarse al futuro, no pudo negar la realidad, y no supo cómo remediar la situación. Estaba sola, deprimida y completamente desesperanzada. 

Entonces recordó que su automóvil estaba asegurado, y simplemente respondió: “Discúlpeme,  por favor. No fue a propósito, sino una causalidad”. Pero mientras la otra persona, presa de la histeria, continuaba  gritando y amenazando. Se limitó a llamar por teléfono a su agente de seguros. Luego dijo con firmeza: “Señora, ya le pedí disculpas. No lo hice intencionalmente. Ya viene mi agente del seguro. Cuando llegue, grítelo a él por no llegar más rápido ”, y tomó asiento en su automóvil. 

Cuando su agente llegó, ella guardó silencio y se limitó a observar cómo manejaba la situación, cumpliendo con su misión de aliviarle la carga emocional, física y económica. El resultado fue que finalmente ambas partes llegaron a un acuerdo basado en los términos de las pólizas de seguro de ambos y todo se resolvió. Su horrible sentimiento de impotencia fue reemplazado por uno de alivio y esperanza.

Es verdad que hubo secuelas para ambas partes, pero cada una tendría que cargar con parte del peso. ¿Por qué ambas partes, si la otra parte no tuvo la culpa? Porque es parte del trato al comprar un seguro. Es el riesgo que todos asumimos por viajar por una vía, ya sea que lo hagamos en un transporte público o privado, en una bicicleta, motocicleta, automóvil o camión, de día o de noche, en verano o invierno. No puede rehacerse el pasado ni podemos pasarnos la vida recriminando a todo el mundo por todo lo que nos sucede. Pero otras formas de continuar viviendo.

Por otro lado, no estoy diciendo que adquirir un seguro sea la panacea para frenar la impotencia, aunque de todas maneras sería muy inteligente contratarlo si compras un automóvil, pero sí digo que la manera como aprovechamos nuestras experiencias pasadas, la manera como visualizamos el futuro, la manera como encaramos la realidad, la manera como conceptuamos el mundo, y la habilidad con la que podemos ver y analizar las ventajas con que contamos, nos ayudará a reaccionar resilientemente ante el suceso imprevisto, ante las causas indeseables de desconsuelo, incluidas las enfermedades, aquellas cosas que activan nuestros sentimientos de frustración e impotencia. 

Si en vez de dejarnos llevar por el primer sentimiento de fracaso, decidimos pensar en algo práctico que nos permita sobrevivir emocionalmente ante una consecuencia desagradable, habremos hecho algo más constructivo que simplemente murmurar, tirarnos al piso y quejarnos durante una semana, un mes, un año...

Nota que 'no supo cómo manejar la situación, lo cual la hizo sentirse sola y completamente desesperanzada'. Eso no hubiera ocurrido si hubiese tenido un poquito de conocimientos sobre Derecho, porque pudo haber exigido que en el parte policial constara la agresión verbal y daño psicológico, para que la otra parte cesara en su exceso de confianza. En fin, aquí lo que ocurrió ocurrió y no podía deshacerse, y ese es el punto de este artículo, el sentimiento de impotencia producido por el hecho de no poder evitar algo que ya ocurrió.

En otras palabras, aunque verdaderamente nos hallemos en una situación desesperanzada que nos produzca un profundo e inconsolable malestar emocional por no poder remediarla, o no se nos ocurra cómo; o ya sea porque no podamos llevar a cabo cierta idea, proyecto u objetivo que teníamos en mente, procuremos recordar que sí podemos hacer algo al respecto: Fortalecernos y hacer como los bomberos, representantes de seguros o abogados: Analizar el asunto, procurar visualizar una ventaja lícita y dejar los asuntos en manos de quienes verdaderamente pueden ayudarnos. 

En el ejemplo, el accidente ocurrió y era imposible deshacer el daño, no había manera de desaparecerlo, era una circunstancia que producía un inconsolable sentimiento de impotencia. Y quizás alguien diga algo a favor de la parte ofendida, en el sentido de que gritar, insultar y perder el control fue bueno, porque hizo catarsis, pero en realidad solo pudo empeorar las cosas para sí misma y para los demás porque no solo pudieron denunciarla por agresión verbal, sino que se negó a aceptar la realidad y pretendió rehacer el pasado, algo que ciertamente era imposible.

Sí. El sentimiento de impotencia es una de las peores manifestaciones de la frustración, y no es una exageración decir que, en algunos casos, el desconsuelo que despierta tiene el poder de deprimir a sus victimas hasta el punto de desear la muerte (“¡Trágame tierra!”). Pero si reflexionamos en los recursos que mantienen vivos a los que viven profesionalmente de los problemas, como los abogados, bomberos, policías, médicos, representantes de seguros y consultores en salud mental, seguramente hallaremos el alivio necesario para seguir adelante y recobrar el poder.

Cierto obrero de construcción cayó aparatosamente desde una gran altura sobre un tubo enhiesto que lo atravesó completamente. Pero no murió. Su impotencia fue muy grande porque estaba consciente de que le había llegado su hora. 

Seguramente pensó en sus seres queridos, que dependían de él, y en los horribles minutos finales encomendando su alma, y en el efecto que la noticia tendría en sus familiares y amigos, y en toda suerte de pensamientos culpabilizantes: "Cómo pude ser tan tonto y no usar el equipo de seguridad", "Por qué resbalé", "Si tan solo hubiese obedecido al capataz", "Es mi culpa, por mi exceso de confianza"...

Pero lo extraño fue que el hombre no murió. Estaba completamente atravesado, pero no había muerto. Pasaron los minutos. Hubo gran conmoción. Le decían que resistiera, que ya venían los bomberos. 

A los pocos minutos llegaron los bomberos y estos vieron la escena con horror. Nunca habían visto a alguien que siguiera vivo después de algo semejante. No quisieron extraerlo, porque no sabían qué daños internos había causado la caída, por eso, como el obrero seguía consciente, le aplicaron calmantes fuertes y decidieron aserrar el tubo por arriba y por debajo y transportarlo lo más rápidamente a un hospital especializado. 

Llegaron al hospital y fue recibido por el médico de turno en emergencia, un experimentado gastroenterólogo que, de inmediato, ordenó las pruebas de rigor para poder diagnosticar y tratar al paciente.

Al ver las radiografías y enterarse de que milagrosamente el tubo no había comprometido ninguna zona vital, lo echaron en una cama especial, le inyectaron dilatadores alrededor de la zona de impacto, por arriba y por debajo, y el tubo cedió lentamente por la fuerza de gravedad hasta que finalmente salió de su cuerpo. Lo suturaron y le dieron poderosos calmantes y, al poco tiempo, se fue a su casa. El médico dijo que fue la escena más espeluznante de su carrera, pero al mismo tiempo, la operación más simple que jamás había efectuado en una sala de emergencias.

Un obrero chino no la tuvo tan fácil. Trabajaba en una obra de construcción. De repente, una barra de acero cayó como una espada desde el noveno piso y le atravesó el casco de seguridad, clavándosele unos 10 cms en la cabeza. Pero no murió. Los bomberos cortaron la barra y lo llevaron al hospital. Se la sacaron luego de 4 horas de penosa cirugía. ¿Y cómo quedó? Felizmente, por increíble que parezca, no hubo mayores daños cerebrales.

¿Adónde se fueron los sentimientos de impotencia de estos obreros? ¿Y qué pasó con sus horribles imágenes mentales relacionadas con la muerte o la incapacidad de por vida? Quedaron en nada, porque al margen de las molestias, no pasó de un susto. Increíble, pero cierto. De modo que también puede haber situaciones que nos parezcan dramáticamente desesperanzadas, como que nos atraviesen con un tubo, o nos caiga una barra de acero en la cabeza desde un noveno piso, cosas que sin duda nos producirían  la más terrible impotencia, pero que finalmente no pasen de un susto.

Por eso, si recibiste el zarpazo de una circunstancia que te produjo el horrible sentimiento de la impotencia, nunca olvides que siempre recibirás el apoyo necesario si puedes hacer un pequeño esfuerzo adicional y piensas en que tal vez no todo es tan triste ni desesperanzado como parece. 

Por ejemplo, el hecho de que estés leyendo este artículo con tanto interés es en sí mismo un apoyo. No resuelve el problema, claro, pero te ayuda a entenderlo y racionalizarlo, te anima a recuperar el tono, lo cual de seguro repercutirá positivamente en tu tranquilidad. A su vez, será esencial para pensar con claridad y tomar decisiones que sirvan para reforzar tu motivación y hacer frente a la realidad, dejándola en el pasado y usándola para mirar al futuro con otros ojos.

Sí. Aprovecha toda tu experiencia pasada. Procura visualizar el futuro, y el problema como superado. No niegues la realidad. Ten presente que el mundo no te pertenece. Analiza tus ventajas y piensa en todos los recursos con que puedes contar. 

Reacciona constructivamente ante el suceso imprevisto o las enfermedades y otras fuentes de desconsuelo. Haz un genuino esfuerzo por sacar algún provecho a la decepción y no te dejes llevar por el primer pensamiento de fracaso. 

Decide pensar en cosas de valor práctico que te permitan sobrevivir emocionalmente ante un resultado desagradable. ¡Mantén la vista arriba y adelante, y habrás descubierto el secreto para hacer frente a la impotencia, una de las más desagradables manifestaciones de la frustración!