¿Será mejor que otro lo haga por mí?

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Sentirte incapaz de hacer algo que otro puede hacer (porque eres de otra raza, condición social o económica, o porque te avergüenzas de tu manera de hablar) podría demostrar que tienes una debilidad. ¿Qué debilidad? Tal vez digas: "Tú tienes mejores condiciones que yo para llevar a cabo esa misión (tarea, asignación, meta, comisión o idea)". Sin darte cuenta que, en tu imaginación la otra persona ha pisado con fuerza el plato de la balanza elevándote a la altura de una simple capa de polvo. Entonces te engañas creyendo que tiene más imagen, más personalidad, mejor raza, mejor familia, mejores ingresos, mejores referencias, mejores relaciones, más edad, más capacitación, más currículum, más experiencia, mejor carácter, más habilidad o más claridad de pensamiento que tú. ¡Te desprecias!

Como sugiere Kerry L. Johnson, reputado instructor de vendedores, a veces puede deberse a uno o más de los cuatro temores autosaboteadores: temor al rechazo, temor al fracaso, temor al ridículo o temor al éxito. En mi opinión, estos cuatro pueden resumirse en una sola palabra: Timidez, porque son manifestaciones que se dan en las personas tímidas. Son formas del temor al qué dirán.

¿Sientes temor a sufrir un rechazo?

A veces el temor al rechazo está escondido. Por ejemplo, temes abordar a alguien porque temes que te rechace diciéndote que está muy ocupado o apurado, o que tal vez ni siquiera se digne a darte una respuesta. Sientes ansiedad de solo pensar que te dirá que no. Todo está en tu imaginación, y lo das por sentado.

¿Sientes temor de fracasar?

A veces el temor al fracaso está escondido. Por ejemplo, has intentado diez mil veces alcanzar cierta meta, y ha sido como subir un cerro de arena. Comenzaste de cero tantas veces que dejaste de ver la cima. Literalmente te rendiste antes de tiempo y te 'convenciste' de que el éxito era para otras personas, que carecías de las cualidades esenciales para triunfar. Te acostumbraste a proyectar una imagen de conformista.

¿Sientes temor a quedar en ridículo?

A veces el temor al ridículo está escondido. Por ejemplo, cada vez que la curiosidad o la inexperiencia te metió en problemas, tus amigos, parientes, maestros, proveedores o clientes se rieron. Te sentiste mal y pensaste que lo 'mejor' era convertirte en una persona perfeccionista que sería incapaz de presentar un trabajo muy bien hecho, es decir, continuar haciéndole correcciones indefinidamente usándolo como pretexto de que 'todavía no está terminado'. En realidad, se trata del temor de que se rían de ti.

¿Sientes temor de tener mucho éxito?

Y a veces el temor al éxito está escondido. Por ejemplo, sabes que si aceptas el reto de mejorar ciertos rasgos de tu personalidad y mejorar tu imagen, tarde o temprano tendrás que hablar en público y dar alguna explicación, o conceder una entrevista y responder preguntas. Por eso prefieres refugiarte en una falsa modestia, alabando a otra persona y animándola a recoger el trofeo que, en realidad, deberías recoger tú. Evitas desarrollar tu personalidad porque intuyes que implicará enfrentarte a la vida y a la responsabilidad de tomar grandes decisiones, lo cual significaría exponerte al progreso y a lo que tanto te asusta: ser mejor.

¿Temes al qué dirán?

Usualmente las personas disimulan muy bien su temor al qué dirán. ¡Porque rehúsan reconocer que sufren de timidez! Prefieren evitar o posponer la toma de decisiones para huir de los comentarios pesimistas de uno de sus padres, uno de sus hermanos, uno de sus amigos, uno de sus compañeros de estudio o trabajo, o de cualquiera que parezca haber convertido la crítica punzante en su única ocupación conocida. Prefieren que otros decidan por ellos en cuanto a si tomarán una Pepsi o una Coca. Aceptan las decisiones de los demás con tal de evitar que alguien se ría de lo que decidan por ellas mismas. En el fondo les disgusta comportarse así, aunque lo prefieren a hacer algunos ajustes.

Sí! Otro podría hacerlo por ti, pero ¿qué demostrarías? ¿Es realmente un incentivo para ti meterte debajo de una piedra y observar cómo otros se comen tus éxitos recogiendo el trofeo que te corresponde? ¿Te parece edificante rebajarte a tus propios ojos hasta el punto de evadir la responsabilidad de ir y hacer lo que debes hacer? ¿Hasta cuándo pospondrás tu decisión de salir al frente de tus proyectos y reconocer que tú eres el artista que está detrás de la pintura? La humildad es excelente; la falsa modestia es orgullo disimulado. ¿Te gusta viajar con el equipaje?

Cuándo sí sería conveniente que otro lo hiciera por ti

Otro lo puede hacer por ti cuando resultaría más conveniente que si lo hicieras tú. Por ejemplo, cuando se trata de proyectar la imagen de tu empresa en una entrevista muy importante pero estás consciente de que tu imagen tal vez la desmerecería, ya sea porque tienes una pronunciación deficiente o una presencia desdeñable y sabes que no contribuiría a una publicidad de prestigio. Solo en tal caso, probablemente preferirías que uno de los otros gerentes lo hiciera, uno que tuviera más imagen o experiencia con las entrevistas.

También pudieras requerir el asesoramiento de diferentes especialistas si trataras de armar un discurso que debería tener en cuenta una empatía muy profunda con la idiosincrasia del auditorio. Por ejemplo, especialistas en comportamiento y comunicación social.

Esto no se refiere a discursos que a ti te correspondería dar. Por ejemplo, si una entrevista exige que seas tú quien dé la cara, es decir, no tienes alternativa, debes hacerlo tú, con todos tus defectos. Solo te queda esforzarte por hacerlo lo mejor posible. Pero si consideras que otro podría hacerlo en tu lugar, puedes pedirle que lo haga por ti. Sin embargo, te sugiero hacer todo lo posible por descubrir y desarrollar tus propios méritos para hacerlo personalmente en cualquier ocasión mediante el estudio y práctica de las técnicas adecuadas. Lógicamente, si esperas a la última hora para empezar a estudiar y practicar la oratoria, tu desventaja será mayor que si comienzas cuanto antes. La oratoria debe ser una práctica constante en la vida de todos.

Aprender técnicas de oratoria es semejante a vivir en un edificio de 50 pisos y tomar tus precauciones por si acaso los bomberos no llegaran a tiempo para apagar un incendio. ¿No crees que sería una buena inversión aprender paracaidismo de caída libre y comprarte un equipo, por si acaso algún día tuvieras que saltar por la ventana? ¿O preferirías confiar en que los bomberos lleguen a tiempo? Por supuesto, es una exageración. Tal vez nunca necesites de la oratoria, pero si algún día la necesitas, te sentirías muy bien de haber aprendido alguna técnica eficaz.

Porque si bien es cierto que resulta fácil que alguien te prepare el discurso, o comprar un paquete de discursos enlatados, tarde o temprano el suceso imprevisto te puede tomar de sorpresa en una fiesta, inauguración o despedida, y exigirte un discurso que no tenías preparado. ¿Qué harás si no cultivaste las técnicas para hacerlo personalmente? ¡Quedarías al descubierto! En vez de pedir discursos preparados, es mejor aprender las técnicas y hacer tus propios discursos.

Imagina que eres un padre de familia que siempre le prepara las tareas a sus hijos. ¿Crees que eso les ayudaría en su desarrollo personal? ¿Cómo responderían cuando dieran examen? ¿No sería mejor darles las herramientas para que aprendan a hacerlo por sí mismos?

Por ejemplo, para que un niño aprenda a cuidar tanto su hogar como su vecindario, no es cuestión de decirle dónde está el tacho de basura e indicarle que debe echar allí la envoltura de los dulces, sino de darle una motivación o incentivo para hacerlo. Pero como su corta edad no le permite entender lo que significa una motivación ni discernir lo correcto de lo incorrecto, en esta etapa necesita un modelo que imitar, es decir, sin necesidad de tratar de entender por qué..

Primero su padre tiene que enseñarle por gestos que el destino del trozo de papel es el tacho de basura: Exagerando, él mismo busca con la mirada el tacho, hace un gesto de descubrimiento fantástico, se acerca al tacho y se asegura de que el niño vea la satisfacción que siente cuando él echa la envoltura en su interior. Entonces le hace un gesto, como esperando que el niño haga lo propio. Ahora el niño da un paso y echa su propia envoltura en el tacho, mira a su papá esperando a ver qué opina de lo que hizo.

Segundo, el padre le sonríe, diciendo: "¡¡Muy bien!!" y como incentivo le da otro dulce, una palmadita en la espalda o un apretón de manos, fijando el concepto de encomio en su cerebro. Solo necesitará repetir el ejercicio y las felicitaciones un par de veces más en distintos lugares y ocasiones, diciéndole algo así como: "Busca el tacho de basura y échalo allí, y si no hay un tacho cerca, envuélvelo bien y guárdalo en tu bolsillo hasta que encuentres un tacho", y muy probablemente quedará fijado no solo el concepto, sino la norma de limpieza. Entenderá que si sigue siempre esa línea de conducta, obtendrá una felicitación. Con el tiempo, lo hará por costumbre y será parte de su educación y cultura.

Lamentablemente, a veces se oye en las noticias que en cierta zona de la ciudad se están acumulando montones de basura porque el alcalde no la ha recogido, o que en cierta calle están proliferando los vendedores ambulantes y el alcalde no ha hecho nada nada por erradicarlos, o que aumenta la prostitución en las avenidas, pero el alcalde hace la vista gorda. Sin embargo, ¿quién arrojó la basura en aquella zona? ¿El alcalde? ¿Quién les compró sus productos a aquellos ambulantes? ¿El alcalde? En este caso, el alcalde tiene que hacer lo que a los niños se les enseñó temprano en la vida: Que la mamá o el papá es quien tiene que recoger su basura y darle todo en la boquita. Son niños grandes que arrojan la basura en las calles y esperan que otro la recoja. Así de simple. Se ha vuelto parte de su cultura.

Algo similar sucede con la oratoria y con cualquier cosa en la vida: "Que otro lo haga por mí", "Que otro asuma mi responsabilidad", "Que otro responda por mí", "Que otro me prepare el discurso". Es cierto que en ocasiones lo correcto es que otro responda por uno, como en el caso de un juicio o los acuerdos a los que hay que llegar cuando uno sufre un accidente.

En el primer caso, lo mejor es que un abogado se encargue de la situación, y en el segundo, que lo haga un representante de la compañía de seguros. Pero en oratoria, lo mejor es que uno hable con su propia boca, sacando las ideas de su propia mente y corazón, mirando al auditorio con sus propios ojos.

Lógicamente, resultará un poco más difícil si se nos ha criado bajo la cultura de "que otro lo haga por mi". Pero si somos discernidores y procuramos ver las enormes ventajas de aprender a hacerlo por nosotros mismos, no solo nos liberaremos de las cadenas del temor de hablar en público, sino que desarrollaremos por dentro y daremos a nuestro carácter y personalidad el toque de distinción que mejorará nuestra imagen, resultando en un ejemplo para nuestros hijos o subordinados. Pocas cosas repercuten tan negativamente en la influencia que tenemos sobre otras personas que hablar mal en público. La imagen de fuertes o eficientes se derrumba y se hace trizas. El gorila se vuelve un monito tití. Increíble.

La oratoria no es para fanfarronear ni para que presumas o te vuelvas una persona famosa. Pero te sirve para que nunca parezcas un mono tití. Lo que quiero decir es que otro lo puede hacer en tu lugar, pero sacrificarás el desarrollo de tu personalidad. ¿Acaso quieres eso? ¡De ninguna manera!

Entonces, ¿para qué esperar? Pon toda esta experiencia a tus órdenes. ¡Comienza por investigar en Oratorian todo el material que puedas!

Estúdialo y aplícalo cuanto antes en tu vida cotidiana y disfrutarás de tu nueva habilidad para comunicar tus ideas.

Adquiere nuevos procedimientos para hablar ante un auditorio, conocimientos para automotivarte y motivar a otros, técnicas para "vender la idea" y métodos para relacionarte mejor con las personas. Porque a veces, no es mejor que otro lo haga por ti.

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